Es lo que toca. Y, además, apetece. Tomás Gómez le ha ganado a Rodríguez Zapatero la batalla de Madrid. Dicho así, parece que tiros y cañonazos hayan protagonizado este enfrentamiento primario. Y, quizás la realidad esté cerca de esta apreciación. Gómez es un grano doloroso que a pesar de ser atacado por todos los lados desde el aparato gobernante, y bombardeado por presiones, descalificaciones y menosprecios de variados colores, ha logrado plantarle cara a su dominante jefe, y democráticamente enseñarle la puerta por donde salir escopetado si se palma con nitidez en las elecciones catalanas. Jefe al que, además de encontrase saturado en demasía por efervescencias sociales y económicas externas, también le empieza a doler el cuerpo: alguien de dentro no le baila las gracias, osa oponerse a sus directrices y sale victorioso en el reto. El partido que controlaban entre él y sus pretorianos se ha quebrado en la capital, se ha partido en dos grupos incompatibles, con grandes diferencias entre ambos, por mucho que digan unos y otros. Para colmo, los capitanes socialistas, viendo cómo en Madrid Gómez y los suyos se han cepillado al candidato oficial, empiezan, y si no deberían empezar, a moverse inquietos en sus cargos, no les suceda algo similar en sus dominios. Si se presta atención a sus actuales susurros y algún que otro quejido, es fácil percatarse de que prefieren liquidar a un líder quemado antes de que el incendio les afecte. Es posible que el final del gobierno de Zapatero sea endógeno, que los suyos opten por abrirle una salida digna, si pueden. Ya que el presidente ha decidido soportar todos los palos y aguantar impertérrito y altanero los fracasos que le agobian y, por desgracia para los españoles, le agobiarán, la única esperanza de que el desgobierno actual desaparezca, dando opción a que le sustituya un grupo más capacitado, menos inepto, descansa en las voluntades de los que mandan en los intestinos del PSOE.
Esta es la interpretación lógica, tan evidente que parece preparada y estudiada, antinatural. Si se me permite, me desmarco de ella. Zapatero ya se sabe muerto y enterrado hace tiempo, y es consciente de que en su derrota arrastraría al PSOE generándole un daño irreparable. Destruiría el socialismo como concepto y como colectivo humano, apartándole casi definitivamente del poder. Ante esta tesitura, crea una figura nueva capaz de recuperar lo dormido, de mantener ilusiones y provocar esperanza, mientras por el otro camino se cubre los riñones con una representante de más de lo mismo. Gana siempre, pues ejerce de banca y jugador.
Soy escéptico en el asunto: creo que todo sigue un guión ya escrito, que no es más que un apaño, una jugada de alta política que busca el inmovilismo en las riendas. No me creo nada, nada, nada de lo que viene del Gobierno y desde la presidencia del mismo, aunque dudo que sean tan inteligentes como para maquinar esto. En verdad, es un lío en el que los que salen beneficiados son los que sienten en socialista, que pueden evitar que su partido se desintegre
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