Con la llegada de Leire Pajín al Ministerio de Sanidad el país va a alcanzar una dimensión universal en los temas de la salud. La conjunción interplanetaria favorecerá que la princesa del Imperio Zapatero dirija con sus sabias y doctas manos los destinos sanitarios de los españoles. La suerte nos ha acompañado, pues nadie mejor que ella, que tantos méritos ha recaudado a lo largo de su corta y exitosa carrera política, podía dirigir con académica maestría una cartera ministerial de tamaña enjundia. Tarde o temprano, todos caemos en los dominios de la sanidad pública y sufrimos, o disfrutamos según opiniones, sus efectos. Por si fuera poco, como su capacidad es inmensa, ha asumido el laborioso y saturado Ministerio de Igualdad, el más útil de todos los organismos públicos que jamás ha hollado la Administración del Estado.
Si miedo daba el poder tan absurdo que había adquirido, ahora es para temblar de pánico. Su posición en el paraíso de la política es el ejemplo claro de cómo se puede ganar la cima sin esfuerzo, portado en volandas o encaramado a los hombros del sherpa de turno. No es un sentimiento de animadversión, no, aunque podría llegar a convertirse en ello. Es que se subleva la razón. No entiendo y mucho menos comparto el descaro y la desfachatez con la que actúa la casta política gobernante. Me cuesta creer que en el PSOE no exista nadie con mayor profesionalidad que la demostrada por la señorita Pajín.
Así que, cegado por el resplandor insólito que irradia su estrella y temeroso ante la magnitud de su poder, sólo puedo decirle a Leire, ¡oh Leire!, grande de España, divina musa del zapaterismo, que permita a este desdichado contribuyente felicitarle por su dicha y la grandeza de su destino. Es un ejemplo a seguir por todos los que peleamos contra los elementos. Sin preparación, sin formación, sin capacidad, sólo con la fuerza de sus palabras y su incondicional servilismo, ha ascendido un escalón más en su imparable objetivo de convertirse en rectora majestuosa y directora mayestática del devenir del mundo conocido y de los planetas por descubrir. Augusta dama, mínimamente recompensada por varios y miserables salarios, con su inmaculado proceder siembra de esperanza nuestro futuro. Envidio su fortuna (la teórica y la amasada) y anhelo con todas mis fuerzas que le vaya bonito y que éste sea el último servicio que haga por España. Por la cuenta que nos trae.
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