No sé yo si al que lea estas líneas le corre por el cuerpo el mismo gusanillo que a mí. De apetitosa obligación se está convirtiendo casi en obsesión. Y es que no consigo quitarme de encima el deseo enfermizo, el arrebatador anhelo, el democrático afán de acudir a votar. Tan sencillo como es mostrar el carnet de identidad e introducir un sobre en una urna, me enloquece el tener que esperar a que llegue ese momento. Y dado que no quiero perder la razón mientras aguardo la oportunidad, gustoso y humilde le pido al PNV y a CC que no se transformen en socios del desgobierno económico y social que arruina el país. Me imagino que esta solicitud caerá por el mismo agujero del saco roto por el que se despeñan el tercio de las familias españolas que ya han tomado al asalto el castillo donde moran el desempleo absoluto y la miseria. Ahora hay que aprovechar que el que manda vendería su alma, si la tuviese, con tal de mantenerse en el poder: una excelente ocasión para obtener concesiones, aunque sea a costa de la salvación del Estado. Y es difícil negarse el pan a uno mismo cuando el cocinero te lo regala junto a un menú completo. Pero sería un gesto de responsabilidad, un alarde de solidaridad y una demostración de categoría política el no ceder a la tentación, propiciando así que todos, absolutamente todos disfrutásemos del derecho a expresarnos con libertad. Siento, estoy convencido, de que ejercer la soberanía es una de las últimas armas que nos quedan para salir de ésta.
Luego, ya veríamos a quién votar, en quién depositar nuestra confianza para que nos sacase del atolladero. Y si nadie nos convence, votar en blanco, votar nulo, introducir en el sobre una foto de familia o el número de la carnicería, escribir el propio nombre y votarse a uno mismo, lo que sea, pero votar. Yo, por mi parte, no tengo ni idea de cuál será la opción que elegiré. Pero como masoquista no soy, y desde el respeto al que sí que lo sea, lo que no me ofrece duda alguna es a quién no voy a votar. Ni muerto.
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