Si alguno dudaba sobre las intenciones de José Luis Rodríguez Zapatero de cara a las elecciones de 2012, la profunda remodelación del Gobierno efectuada demuestra que el Presidente del Ejecutivo no piensa rendirse. Los cambios constituyen un mensaje a los suyos, pretendiendo acallar las voces que comienzan a alzarse en su contra, y otro hacia la sociedad española: va a llevar hasta las últimas consecuencias su actual política económica y social, pasando por encima de todo y de todos. Se la juega, sabiendo que, aún triunfando, el desgaste personal y el de su partido son brutales.
Quiere uno pensar que Zapatero cree de verdad en lo que está haciendo, que realmente confía en el rumbo que se ha marcado y del que no va a desviarse. Y tiene que ser así, pues lo contrario nos situaría ante alguien maquiavélico y retorcido, un personaje ávido de control y poder, un astuto embaucador, un miserable que consciente de lo negativo de su gestión, continúa haciendo daño. Yo prefiero tener al frente del Estado a un ineficaz rector antes que a un malvado manipulador. Pero cada uno que piense lo que quiera: considerarle de una forma u otra depende sólo de cómo valoremos su nivel de inteligencia.
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