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De todas las expresiones, de todos los gestos que se produjeron en los ministros entrantes y salientes, yo me quedo con una imagen, con una instantánea en la que aparece en un primer plano un Moratinos emocionado, lagrimeando por su inesperada defenestración mientras que, detrás de él, Rubalcaba, el Carrero Blanco del zapaterismo, le observa con esa cara de malo maloso que Dios le ha dado, dibujando en ella un ”lo siento, que pena me das, pero que te den”.
El ex de exteriores todavía no se cree que le hayan dado una patada traidora: el peor ministro de la historia para nuestras relaciones internacionales, con una labor equiparable a la del desastroso Godoy, no concibe que el Presidente haya optado por prescindir de sus servicios. Él, procastrista, antisemita, antiamericano, antisaharaui y, por lo visto últimamente, también antiespañol acaba de perder la cartera de su vida, la que le permitía anteponer Gibraltar a la Guardia Civil, Marruecos a Melilla e, incluso, el Burdeos al Rioja quedándose más ancho que largo. No se lo esperaba, seguramente le habían prometido que seguiría en el cargo. Por eso, su sorpresa, su asombro y su llanto. Yo le deseo un buen viaje, suerte en lo que haga y que tenga la deferencia de no volver.
El otro protagonista de la foto, el triministro, se convierte, si ya no lo era, en el hombre fuerte del régimen, con acceso a todo y omnipresente en todas las escenas políticas. Si existiesen colecciones de cromos, como en el fútbol, sobre habituales del escaño, Alfredo Pérez Rubalcaba estaría en todas ocupando un lugar destacado. Fue delfín de Felipe González en la última etapa de éste, y ahora es el delfín de Zapatero y actor principal del fin del zapaterismo (no me he podido resistir al juego de palabras). Hay quien le ve como un político profesional, disciplinado y serio, capaz de congregar las simpatías de las distintas corrientes socialistas y otorgar de este modo alguna posibilidad de cara al 2012. En definitiva, el sucesor del hombre del talante sin talento. Otros consideran que es más de lo mismo, que lleva sobre su traje demasiadas manchas acopiadas a lo largo de su carrera. A mí, particularmente, lo único que me preocupa es el colosal poder que ha recaído sobre él y cómo va a manejarlo. Verán, es que yo soy, por principios y escaldadas varias, desconfiado, y no me apetece lo más mínimo tener que ir siempre con el carné de identidad en la boca
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